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08 diciembre 2021

Número 2 de la revista PELAYOS


(Redacción de PELAYOS). En esta festividad de la Inmaculada Concepción, Patrona Mayor de las Españas y de las Juventudes Tradicionalistas, ve la luz el segundo número de la nueva época de Pelayos, la revista juvenil católico-monárquica.

Niños, jóvenes ¡y más de un adulto! disfrutarán a lo grande con esta entrega. Chicos y mayores se emocionarán con el relato ilustrado de cómo la Inmaculada protegió a los soldados de los Tercios en la gesta de Empel.

Se divertirán con las aventuras de Clara y Santiago, que continúan su saga, que vuelve a ilustrar primorosamente Mónica Caruncho. Además, se entretendrán y aprenderán con los nuevos pasatiempos y canciones del presente número. Descubrirán cuentos y narraciones y nuevos personajes que engrandecieron a la Iglesia o a España. Cómo no, también encontrarán una nueva lección del Catecismo de las Juventudes Tradicionalistas.

Este número llega encabezado por el pertinente Saluda del capellán y por unas palabras célebres del Señor natural de España y fiel vasallo de Cristo, Don Sixto Enrique de Borbón.

En esta entrega se publican también los nombres y obras de los ganadores del concurso infantil y juvenil de ilustraciones navideñas convocado el pasado 3 de noviembre. La redacción de Pelayos se pondrá en contacto con los participantes premiados para hacerles llegar su bien merecido galardón.

La revista Pelayos ya está disponible en soporte papel en la web de la Tienda Carlista (consultas a tiendacarlista@periodicolaesperanza.com). También se puede acceder a ella directamente en formato pdf.

Recordamos a nuestros queridos pelayos y margaritas que pueden escribirnos a pelayos@periodicolaesperanza.com, desde donde recibiremos con entusiasmo sus cartas y aportaciones.

Para descargar el número 2 de la nueva época de la revista PELAYOS, clic en este enlace.

22 diciembre 2020

No tocó la lotería; pero, aun así, ¡feliz Navidad!

 

Con esta imagen del tríptico de la Adoración de los Reyes Magos, por El Bosco (1494) que se conserva en el Museo del Prado de Madrid, y cuya tabla central se reproducía en los décimos de la Lotería Nacional para el sorteo de Navidad que se ha celebrado hoy martes 22 de diciembre, el Círculo Cultural Antonio Molle Lazo, de la Comunión Tradicionalista, desea feliz Navidad a sus socios, amigos y correligionarios. Y a todos cuantos adquirieron nuestras participaciones para este sorteo, del número 47.201, que no ha resultado premiado.

Les queda la satisfacción de haber contribuido al sostenimiento del Círculo y de la Causa, y pueden conservar unas participaciones con un magnífico detente. Que el Sagrado Corazón nos proteja en el Año Nuevo, que no viene con buenos augurios... Y que nos fortalezca en la lucha por Dios, por la Patria, por los Fueros y por el Rey legítimo.

08 diciembre 2020

Renace LA ESPERANZA, periódico de la Comunión Tradicionalista

La Esperanza

En esta festividad de la Inmaculada Concepción de 2020 renace LA ESPERANZA, periódico de la Comunión Tradicionalista. Ilustre e histórica cabecera —la del primer diario carlista, aparecido en 1844— nuevamente al servicio de la Causa. En él colaboran los círculos carlistas de las Españas de ambos lados del océano, entre ellos este Círculo Cultural Antonio Molle Lazo.

Animamos a seguirla en https://periodicolaesperanza.com/, así como en Facebook, https://www.facebook.com/LaaEsperanza, y en Twitter, @DiarioEsperanza.

Por Dios, por la Patria, por los Fueros y por el Rey legítimo.

07 agosto 2020

Ante la huida de España de Juan Carlos

Nota de la Secretaría Política de Don Sixto Enrique de Borbón con motivo de la huida de España del anterior Jefe del Estado.

Los acontecimientos que han forzado la huida del anterior Jefe del Estado, don Juan Carlos, al igual que su hoja de servicios, no son precisamente ejemplares; menos aún cuando se contemplan desde la tradición católica de la Monarquía española. Claro es que la familia que detenta el trono se halla desde el principio alejada de la misma. Sin embargo, la monarquía, aun la espuria, levanta tales odios para la Revolución, que sólo con dificultad la sufre, desembarazándose de ella en cuanto puede. En España la República tuvo que disfrazarse de monarquía, porque de otro modo resultaba inaceptable para los españoles, como quedó demostrado en las dos breves ocasiones en que se quitó la corona. ¿Va a intentarlo de nuevo?

La Comunión Tradicionalista, como depositaria de la verdadera tradición monárquica, sólo puede constatar una vez más en la experiencia lo que desde los principios siempre ha afirmado. Sin resentimiento y sin regocijo. Con preocupación por lo que queda de España. Las fuerzas que quieren acelerar su destrucción una vez más están prontas. Mientras que las que la han hecho posible con su inconsciencia tanto como con sus errores carecen, también una vez más, de capacidad y voluntad de respuesta. Que el actual Jefe del Estado haya facilitado o incluso promovido la salida de su padre puede ser –según la famosa y cínica frase– peor que un crimen: un error. Que es posible termine pagando, más pronto que tarde, reducido como queda a una irrelevancia total y visible. Y que es seguro pagaremos todos. Nosotros redoblaremos los esfuerzos por mantener la bandera de la Monarquía, de la auténtica, ahora que la postiza comienza a declinar según un sino fatal. Y que Dios nos ampare a todos.

Madrid, 6 de agosto de 2020.

28 junio 2018

Homenaje a José Miguel Gambra

El diario ABC de hoy publica crónica de un reciente homenaje al Excmo. Sr. D. José Miguel Gambra Gutiérrez, anterior Presidente del Círculo Cultural Antonio Molle Lazo y actual Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista.
Un grupo de amigos del profesor José Miguel Gambra, catedrático de Lógica de la Universidad Complutense de Madrid, le han ofrecido un afectuoso homenaje en los salones de la Gran Peña, edificio construido precisamente por su abuelo, el arquitecto Eduardo Gambra, a principios del siglo XX. En la mesa presidencial se sentaron con el homenajeado el padre José Ramón García Gallardo, HSSPX, el escritor y colaborador de ABC Juan Manuel de Prada, y el presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, profesor Miguel Ayuso. Estos dos últimos hicieron uso de la palabra a los postres. Prada, tras repasar las virtudes humanas e intelectuales que adornan al profesor Gambra, concluyó evocando la figura de la madre de éste, Carmela Gutiérrez, fallecida prematuramente en 1984, profesora y novelista de admirable espíritu emprendedor. Ayuso, por su parte, se centró en el apostolado intelectual del homenajeado, continuador de su padre, el ilustre filósofo Rafael Gambra, uno de los más relevantes representantes del pensamiento tradicionalista español de la segunda mitad del siglo XX. José Miguel Gambra, finalmente, dio las gracias a los presentes, fiel a su estilo, con unas palabras sencillas y profundas, no exentas de un punto de ironía. De la ironía sin hiel que es marca de la casa, que vio administrar discretamente a su maestro e ilustre colaborador de estas páginas Leopoldo Eulogio Palacios, en la que otro gran maestro, el romanista Álvaro d’Ors, veía el sello auténtico del oficio universitario.

10 enero 2017

Recordando 2016: el éxito de la madrileña Cena de Cristo Rey

Se nos afea —no del todo sin razón— que en este cuaderno de bitácora ya no solemos publicar reportajes de los actos convocados por nuestro círculo, como antes hacíamos. Vamos a rectificar, en parte, a manera de recapitulación del año pasado. En este caso, por cortesía de la agencia FARO, reproducimos su breve crónica de la Cena de Cristo Rey 2016, así como las tres intervenciones de la noche.

Los suscriptores de FARO recibieron en su momento el siguiente despacho, en el que ahora intercalamos los audios y vídeo de los tres discursos:
Madrid, 30 octubre 2016, fiesta de Cristo Rey. Ayer sábado tuvo lugar en la villa y ex-corte la Cena de Cristo Rey, tradicional de los carlistas madrileños. Completamente lleno el Restaurante Paolo, tanto de correligionarios y amigos de Madrid como de otros venidos de Valencia, Asturias, Granada, Salamanca, Córdoba, Jaén, Melilla, León, Albacete, Navarra, Canarias... Presidieron la cena el Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista, José Miguel Gambra, y el Presidente del Círculo Cultural Antonio Molle Lazo, Eugenio Barrera.

A los postres Marcos Gambra presentó el turno de oradores. Intervino en primer lugar Sergio Plaza, Delegado Regional de Formación y Organización del Círculo Abanderado de la Tradición-Ntra. Sra. de los Desamparados (Valencia), quien glosó el sentido y la actualidad de la celebración que reunía a los asistentes.
A continuación el Consiliario Nacional de Juventudes Tradicionalistas, D. José Ramón García Gallardo, pronunció un vibrante sermón, como él mismo lo llamó.
Cerró las intervenciones Luis Infante, de la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón.

Con el canto del Oriamendi y los vivas a Cristo Rey, a España y al Rey legítimo se dio por terminado el acto. La noche vio también buena venta de la Lotería de Navidad del Círculo Molle Lazo.

21 mayo 2016

Clericalizados, clericalizantes y Carlismo. Discurso de José Miguel Gambra

Tomamos el siguiente texto de la web principal de la Comunión Tradicionalista. Se trata de un importante discurso pronunciado en Chiva (Valencia) ante S.A.R. el Duque de Aranjuez, el pasado día 17 de abril, por el profesor José Miguel Gambra, actual Jefe Delegado del Carlismo y presidente que fue de este Círculo Cultural Antonio Molle Lazo. Con la adhesión de los carlistas de Madrid y de Castilla entera.

Hoy hay en España una reacción pequeña, aunque esperanzadora. Un alumno de mi  facultad, indignado por las maniobras de las izquierdas para hacer desaparecer las capillas, me decía: «Vaya birria de España que nos están dejando los católicos de su generación». Y a mí los demonios se me llevaban pensando en la culpa que tenemos por la absoluta ausencia de peso de los católicos sobre las instancias gubernamentales. Los partidos, con sus ideologías fuertes o débiles; las asociaciones de cualquier clase, desde los lobbies de degenerados y delincuentes hasta las agrupaciones empresariales, muchas veces igualmente inmorales; desde las instancias europeas hasta las mundiales sometidas a los principios del Nuevo Orden Mundial, todos ellos tienen influencia sobre el poder político efectivo de la España actual, donde los gobiernos sucesivos no hacen sino bambolearse al son de estas corrientes sociales. Cada una de esas agrupaciones trata de eliminar, bajo algún aspecto, lo que queda del catolicismo sociológico en nuestra Patria. Y, si no lo hacen de una vez por todas, es porque quieren reservarse alguna parcela del cristianismo por destruir, para hacer méritos destruyéndolas más adelante y dar satisfacción a las masas laicistas, que es lo que cuenta. Y lo malo es que esta situación no se debe a una persecución o a una derrota, sino a las autoridades eclesiásticas y a nuestra actitud ante ellas.

Pero no somos sólo los tradicionalistas quienes lamentamos y nos indignamos por esta situación. Hace unos días, en la presentación del congreso Católicos y Vida Pública, un capitoste demócrata-cristiano se quejaba del arrinconamiento político del catolicismo: «El catolicismo de estufa, de mesa camilla, es muy cómodo, pero es poco útil». «Hay católicos en todos los partidos políticos. La presencia es clara, otra cosa es la influencia. No podemos exigir a los demás lo que nosotros no hacemos. Los católicos tenemos que demostrar que somos capaces de dialogar con quien sea, sin escondernos. Hace falta que los creyentes salgan sin miedo a la plaza pública», sostiene el líder de la ACdP.

Tras estas quejas laten los principios de Maritain que la Iglesia oficial ha adoptado por lo menos desde el postconcilio. Según ellos no deben existir partidos políticos católicos, cosa que ya exigió la Conferencia Episcopal antes de las primeras elecciones democráticas. Al contrario, los laicos deben introducirse en todos los partidos no confesionales para animar desde abajo una política vitalmente cristiana. Se trata de un proyecto antinatural e irrealizable: ¿qué influencia puede tener un católico verdadero o progresista dentro de cualquiera de los partidos mayoritarios? Y, sin embargo, a las autoridades eclesiales, que piden a los laicos algo así como hacer funambulismo atados de pies y manos, no se les ocurre sino echarles la culpa, llamándoles perezosos y comodones, en vez de darse cuenta de lo errado de sus principios.

Esos principios son la causa del mal en cuestión. No deseo tratar de los carlistas inficionados de estos principios. Hay demócrata-cristianos con boina que nada tienen ya de carlistas. De lo que quiero hablar es de una superfetación de esos principios que viene de muy atrás y que es, entre nosotros, causa importantísima de la parálisis que nos afecta. Me refiero a la injerencia de las autoridades eclesiásticas en los asuntos políticos. Desaparecidos durante el siglo XIX los estados católicos, las autoridades eclesiásticas se consideraron libres de mandar directamente a los católicos en los asuntos políticos. Varios pontífices, de León XIII en adelante, se empeñaron en tomar la dirección política de los fieles. Recuérdense los grandes fracasos a que dieron lugar el Ralliement, la condena de la Acción Francesa o los acuerdos en la Guerra Cristera. Y eso que la propia Iglesia enseña que los asuntos del César no son de su competencia directa, pues como decía el IV concilio de Letrán:
«De la misma manera que no queremos que los laicos usurpen los derechos de los clérigos, así debemos impedir que éstos se apropien de los derechos de los laicos. Por tanto, prohibimos absolutamente a todos los clérigos que, con el pretexto de la libertad eclesiástica, extiendan su jurisdicción en perjuicio de la justicia secular. Que cada cual se contente con las normas escritas y las costumbres aprobadas hasta ahora, de modo que se distribuya justamente al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».
Los carlistas supieron por regla general defenderse bastante bien de esas intervenciones improcedentes. Algunos han querido hacer de Carlos VII un clerical compulsivo, usando a tal efecto la frase del Manifiesto de Morentín, en la que dice: «No daré un paso más adelante ni más atrás que la Iglesia de Jesucristo». En realidad esa frase se refiere a los compradores de bienes de la Iglesia tras la Desamortización. Con ella Carlos VII no hacía sino someterse a la potestad de la Iglesia, pues esos bienes caían bajo su jurisdicción y era competencia suya establecer las sanciones canónicas a los participantes de aquel inmenso latrocinio.

Como prueba de que la postura de Carlos VII no tenía nada de sometimiento indiscreto de los asuntos políticos a la Iglesia, basta con citar lo que contestó a su prima Isabel (II), con la que habló varias veces cuando estaba desterrada en París. En esas conversaciones, al discutir sobre la legitimidad de uno y otro, Isabel le propuso lo siguiente:
«Los dos somos católicos: vamos a Roma, postrémonos ante el Santo Padre y dejemos que él decida la cuestión».
A esto le contestó Carlos VII, que ni hablar; y que «en materias de política tenía el parecer del Papa como el de un soberano cualquiera, con mucha experiencia, pero nada más, pero que si se tratara de materias de fe o de moral, bajaría la cabeza, pues en eso le creía infalible».

Actitud similar fue la de los integrantes de una peregrinación a Roma, formada principalmente por carlistas, que fueron recibidos por León XIII. Éste les espetó que ya era hora de que los carlistas reconocieran a la «muy católica regente» María Cristina. Le contestaron que lo harían cuando el Papa se sometiera a la Casa de Saboya.

Sin embargo la confusión creada, primero, por el verticalismo del régimen confesional franquista y, luego, por las nuevas doctrinas eclesiales sobre el orden social de que antes hablé, nos ha llevado a admitir esas intromisiones y a no distinguir con claridad cuál es nuestro papel como miembros de la Iglesia y como súbditos españoles.

Hoy es frecuente oír que de los laicos depende la imprescindible reforma de la Iglesia. Falso: podremos apoyar de mil maneras a los eclesiásticos que propugnen esa reforma; podremos ayudarles, rezar por ellos y darles aliento. Pero a quienes compete reencauzar la Iglesia es a los eclesiásticos. Nosotros carecemos de jurisdicción alguna para ello y nuestro apoyo sólo puede ser indirecto.

A la inversa, no tenemos por qué sentirnos obligados a nada cuando los eclesiásticos se meten a determinar lo que es políticamente negociable y lo que no; ni cuando se empeñan en capitanear manifestaciones, tan pacíficas como inútiles, sobre asuntos que pertenecen tanto al orden político como al eclesiástico (aborto, educación). Menos aun cuando expresan sus preferencias por el régimen democrático o recomiendan el voto al PP. Podrían recordarnos los principios clásicos de la política católica, pero no es cosa suya su aplicación prudencial. Y, a ese respecto, no hay que olvidar las condiciones que la propia Iglesia ponía (y sigue poniendo hoy) para que la rebelión frente a los tiranos sea justa, e incluso obligatoria, sin excluir el uso de las armas.


No debemos olvidar que los carlistas somos, seguimos siendo, debemos ser, unos sublevados contra el liberalismo y contra las subsiguientes ideologías, el socialismo el comunismo, el nazismo. Y nosotros luchamos contra la mayor tiranía que imaginarse puede, contra la que quiere destruir el fundamento mismo de nuestra Patria, destruyendo la Religión de la cual depende nuestra unidad y nuestra supervivencia como sociedad.

Con ello perseguimos, ante todo, cumplir una obligación natural: cumplir con nuestros deberes para con la Patria, con la cual tenemos una deuda contraída aún mayor que la que tenemos con nuestros padres. Y tenemos que hacerlo para bien de nuestros hijos, de nuestros pueblos y de nuestra sociedad, con una obligación natural anterior a la de obedecer a la Iglesia. Juan Torquemada (tío del benemérito inquisidor) argumentaba sobre esto de la manera siguiente:
«Nada anterior depende en su ser de lo que es posterior. Ahora bien, la potestad de los príncipes seculares, reales o imperiales, precede en el tiempo al papado o al principado de los apóstoles … pues los reyes y los emperadores fueron antes que Pedro fuese Papa y, por tanto, antes de que las llaves del Reino de los Cielos fueran entregadas a la Iglesia. No puede por tanto decirse con verdad que la potestad de jurisdicción de los príncipes seculares depende del principado apostólico».
Eso no quita que al mismo tiempo tratemos indirectamente de ofrecer a la Iglesia una sociedad sometida a la realeza de Nuestro Señor y ordenada de tal manera que la Iglesia disfrute de la libertad y de la protección que necesita para alcanzar sus fines sobrenaturales. En eso consiste la mayor ayuda que el orden político puede prestar a la Iglesia.

Nos sometemos pues a cuanto principio moral establece la Iglesia de siempre para la actividad política de los hombres. Y, atendiendo precisamente a esos principios, no tenemos obligación alguna de someter la aplicación prudencial de esos principios a la opinión de los clérigos, pues sobre eso carecen de jurisdicción directa.

No nos dejemos llevar de escrúpulos pusilánimes, incluso si los eclesiásticos mismos los fomentan. Carlos VII contaba despectivamente cómo, siendo niño, un cura, en connivencia con su madre, para apartarle de su acendrada inclinación a ponerse a reclamar el trono español, le negaba la absolución, si mantenía contactos con españoles. No convirtamos la sublevación carlista en cofradía de beatos. Pertenezcamos a cuanta cofradía y a cuanto grupo de adoración queramos; recemos mucho por la Iglesia y por España. Pero no confundamos eso con el carlismo. Eso no sustituye ni exime de la obligación patriótica.

Dicen algunos que la Comunión Tradicionalista vive fuera de la realidad. Lo mismo, sin duda, se decía de los demócratas españoles en los años cincuenta, de los movimientos rusos o polacos antisoviéticos en los años setenta o de los comunistas españoles hace seis años. La historia venidera es contingente e imprevisible y lo insensato es ver como permanente y definitivo lo que ahora es.

Hoy hay cierta reacción. Muestra de ello es esta misma reunión. Muchos católicos, vista nuestra perseverancia, se acercan a nosotros. La Comunión Tradicionalista se gloría de haber mantenido incólumes los principios del verdadero carlismo y se pone a disposición de cuantos quieran seguir tales principios en su pureza. Hagamos cuanto podamos —que, si Dios quiere, será mucho— para la renovación del orden político cristiano bajo las órdenes de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, único príncipe legítimo que mantiene esos principios. Luego, Dios dirá.

08 noviembre 2015

Crónica de la Cena de Cristo Rey 2015

Como estaba anunciado, el sábado 31 de octubre se celebró en Madrid la Cena de Cristo Rey 2015, este año retrasada una semana (suele tener lugar el sábado anterior a la fiesta de Cristo Rey, último domingo de octubre) por necesidades organizativas.
Intercalamos en esta crónica varias instantáneas de la cena, que pueden ampliarse pulsando sobre las mismas. Tradicional de los carlistas madrileños, desde hace ya varios años se encarga de su organización el Círculo Cultural Antonio Molle Lazo. En primer lugar toca agradecer a su secretaria, Carmen Palomares, y a su presidente, Eugenio Barrera, el esfuerzo realizado.

No hubo sitio para todos los que quisieron asistir, y algunos tuvieron que conformarse con oír a los postres los discursos pronunciados por Antonio Capellán, Ana Calzada y Miguel Ayuso.

A partir de la frase aristotélica que ensalza el honor sin contradicción como el más grande de los bienes exteriores, Antonio Capellán, Jefe Regional de la Comunión Tradicionalista del Principado de Asturias, destacó cómo Santo Tomás exige que los individuos y las sociedades rindan a Dios el honor que sólo a Él se debe. Del reconocimiento público y privado de la potestad regia de Cristo se seguirá, según Pío XI, la tranquilidad y el orden de la sociedad. Pero, como lo que hoy se ve es todo lo contrario, sólo cabe esperar la conmoción violenta de toda la comunidad humana. En este contexto, lamentó el cambio de nombre de la madrileña plaza de Vázquez de Mella por el de un sujeto cuyo supuesto mérito consistió en promover y exhibir la degeneración.

No despreciemos los actos cotidianos de virtud —prosiguió— que son semilla de nimio aspecto, pero grandes a los ojos de Dios. Luchemos la batalla diaria para la restauración del reinado social de Nuestro Señor, pues, veamos o no el éxito prometido por Él para su causa, podremos antes de morir decir con honor: «¡Viva Cristo Rey!».
Ana Calzada, de la AET de Salamanca, destacó la alianza de Barack Hussein Obama y sus lacayos europeos, empeñados en borrar de la faz de la tierra el nombre de Cristo. Su designio es establecer un Nuevo Orden Mundial fundado en intereses económicos que, paradójicamente, es en verdad un gran desorden. De ahí su empeño en impedir cualquier apoyo al cristianismo, como el que ha brindado Vladimir Putin a los cristianos sirios. Del orden cristiano —añadió— depende la unidad de nuestra Patria, la cual desaparecerá en cuanto ese orden se extinga, como predijo Menéndez Pelayo. Pero esa unidad también se debe a la Monarquía legítima, de lo cual no se hizo eco el polígrafo santanderino. El discurso de Ana Calzada acabó alentando a la defensa de la Cristiandad y dando un sonoro grito de ¡viva Cristo Rey! que fue coreado por todos los asistentes.

Miguel Ayuso, presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, tras exponer las proféticas doctrinas que enlazan el Syllabus con la Quas Primas, analizó, no la doctrina, sino la psicología y la sociología que condujeron al desfallecimiento de los eclesiásticos en el C. Vaticano II y al consiguiente intento de ofrecer soluciones nuevas, acordes al mundo nuevo, «para el bien de las almas». Ese propósito —dijo— llegó tarde, pues el mundo moderno ya había dejado de serlo por influjo del existencialismo, de las nuevas tendencias que salieron a la luz en el mayo de 1968, y del cambio sociológico que supuso la invasión silenciosa de los mahometanos. Hay carlistas que han tratado de acomodarse a las tendencias del Vaticano II, aduciendo el «no daré un paso más adelante» del Manifiesto de Morentín. Esa frase famosa fue dicha en un contexto de prudencia política que no recoge la mente de Carlos VII ni tampoco de los carlistas, que estamos dispuestos no a dar un paso, sino muchos, por delante de las autoridades eclesiásticas; y a morir en el empeño. Recibamos en nuestras sucias almas la luz del Paraíso, luchando esta batalla que parece perdida, para luego ganarla, como decía Chesterton.

Al término de los discursos, los presentes entonaron al unísono el Oriamendi y dieron los vivas de rigor a Cristo Rey, a España y al Rey legítimo.

Además de los ya mencionados en esta crónica, vimos en el restaurante a muchos amigos y correligionarios. Estaba el Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista, José Miguel Gambra, su esposa Mercedes Mariné, y varios de sus hijos e hijos políticos. El Rvdo. Sr. D. José Ramón García Gallardo. El Delegado Nacional de Juventudes Tradicionalistas, Manuel Molinero. Francisco Requena, Luis García Segura, Andrés Gambra y Juan Manuel Rozas con sus respectivas esposas. Arturo, María Dolores y Paola Mazarambroz. Marta Gambra y su novio. El matrimonio María Jesús Fonticiella y Juan Cámara. Juanita Gutiérrez y su hija. Luis María Lainz, José Joaquín Jerez, Rafael Botella, Eugenio Dobrynine, Carlos Ayuso, Leovigildo Pérez, Mónica y Álvaro Caruncho, Víctor Iribarren, Pablo Martín-Oar, Enrique Cuñado, Antonio Porro, Manuela Tebas, Daniela Rubio, Luis Sáinz, Juan Carlos Soler, Francisco Flórez, Carlos Sáinz, Álvaro de Silva, Arturo Navarro, David González Gutiérrez y otros que contribuyeron con su presencia al éxito de esta fiesta de la política católica.

10 febrero 2015

Entendiendo a «Podemos»

El pasado sábado 7, conforme estaba anunciado, se celebró en la sede de la Fundación Francisco Elías de Tejada el seminario de formación del Círculo Cultural Antonio Molle Lazo «Podemos: ¿populismo o marxismo?».
Tras una invocación al Espíritu Santo, ante una nutridísima —como viene siendo habitual— asistencia, el profesor Miguel Ayuso presentó —en primer lugar— las metamorfosis de las ideologías y en particular de las izquierdas en los últimos decenios. Frente al llamado «crepúsculo de las ideologías» (concretas) se dio una «apoteosis de la ideología» (del modo de pensamiento ideológico), que llevó al «socialismo sin rostro» (en el llamado Tercer Mundo) y a la «hegemonía liberal» (en el mundo llamado desarrollado). La izquierda pasó de marxista a progresista, en el seno del consenso socialdemócrata, hoy tambaleante ante la emergencia de un neomarxismo movimentista que querría superar dialécticamente ambos elementos. El profesor José Díaz Nieva, a continuación, abordó el fenómeno político del denominado «populismo», en particular en el continente hispanoamericano, aunque sin ahorrar una referencia a sus antecedentes estadounidenses y a las realidades europeas contemporáneas. Quedó claro que, como tal, se trata de un fenómeno sin suficiente consistencia doctrinal, aunque en general se haya asociado a la izquierda, sea por razón de las metamorfosis antes dichas, sea por causas geopolíticas. Finalmente, el profesor José Miguel Gambra, en el cuadro teorético e histórico trazado por los dos oradores anteriores, se concentró ya en concreto en el examen de la ideología de Podemos a través de las ideas vertidas por cuatro de sus representantes más destacados (Iglesias, Alegre, Monedero y Errejón), sobre todo antes de su emergencia política, contrastándolas con los pronunciamientos más recientes. La conclusión, neta, es que Podemos articula un marxismo doctrinal con un espartaquismo (de Rosa Luxemburgo) táctico.

Las ponencias se publicarán en un próximo número de la revista Verbo.

16 diciembre 2014

De Montejurra a Podemos

La web principal de la Comunión Tradicionalista ha publicado un editorial de considerable importancia, con unas «breves consideraciones sobre el carlismo y su responsabilidad en la hora actual» a las que el Círculo Cultural Antonio Molle Lazo se adhiere enteramente. Lo reproducimos a continuación.

Aquello todavía era Montejurra carlista. 1968.
En un libro reciente sobre el carlismo, los autores cuentan los hechos de Montejurra del 9 de mayo de 1976 desde la perspectiva sesgada que a veces maneja uno de los grupos tradicionalistas hoy existentes. Esa versión pretende, de una parte, que S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón no siguió los consejos que se le dieron sobre la inoportunidad y peligro de intentar recuperar para el verdadero carlismo el vía crucis y el acto político de Montejurra que, bajo la dirección de Carlos Hugo, se había convertido en un aquelarre de las izquierdas separatistas y de todo tipo. No tienen en cuenta que, en la monarquía tradicional —que es, como suele decirse templada— una de las prerrogativas que cae directamente bajo la responsabilidad del Abanderado, sea Rey o Regente, es la defensa de la Patria. En eso, ni él tiene por qué atender a consejos, ni cabe la desobediencia.

De otra parte, describen aquellos acontecimientos como una provocación, cuando, de hecho, fueron los carlistas verdaderos quienes fueron brutalmente hostigados por una multitud, muy superior en número, compuesta por el ya entonces decreciente socialismo «carlista» y por miembros de organizaciones izquierdistas invitadas (PCE, PSUC, PTE, ORT, MCE, PSP, PSOE, etc., sin olvidarnos de ETA), que, con palos y piedras primero, con más medios después, pusieron en verdadero peligro sus vidas y también la de Don Sixto Enrique, ante la completa pasividad de la Guardia Civil allí presente.

Aquel suceso —eso también lo olvida el libro al que aludimos— fue cuidadosamente preparado por las autoridades civiles y militares que, a los pocos meses de la muerte de Franco, ya le habían traicionado en su corazón (o, según otra interpretación, completaban los cambios por él iniciados) y, como necesidad imperiosa de la malhadada Transición, decidieron  deshacerse del molestísimo carlismo, provocando un enfrentamiento. Aprovecharon la ingenua confianza del Delegado Nacional del Requeté, quien notificó a las autoridades que se recuperaría Montejurra, para prometer hipócritamente que evitarían los disturbios. Luego hicieron exactamente lo contrario. Hay innumerables testimonios de ello de una y otra parte.

Lo malo no es que abrieran una brecha entre el oportunista socialismo de Carlos Hugo y el carlismo real, porque era inevitable y ya existía. Lo malo es que aquellos hechos, a nuestro juicio justificados y hasta heroicos, hayan servido para pretender fundamentar un rencor inextinguible entre los tradicionalistas. La jugada del Gobierno en 1976 —sobre la que planea la sombra del cuartel general de la OTAN y el Departamento de Estado de los EE.UU.— no podía haber sido más eficaz y no es sólo culpa suya.

Treinta y ocho años después, las cosas han cambiado mucho. Las izquierdas se unen hoy bajo la égida de Podemos, y pueden representar un peligro inminente para la Patria y la Religión. Las derechas son el equivalente casi exacto de la izquierda «europea» de Felipe González: la imitan hasta en el saqueo de las arcas públicas. Por su parte, habremos de reconocer —por poco honrados que seamos— que los eclesiásticos situados al frente de la barca de Pedro ya ni siquiera ofrecen, con la firmeza anterior, aquella dudosa salida de mínimos de los principios «no negociables». Ya no se pueden tener en cuenta sus consignas ni en defensa de la familia. En fin, cualquier esperanza que pudieran haber suscitado los hijos de Carlos Hugo, también es evidente que ha desaparecido y que el único príncipe cristiano, en sentido estricto, que existe, a día de hoy, es Don Sixto Enrique.

Ante estos hechos, ahora más que nunca, deben desaparecer las disensiones que hasta hoy han paralizado a quienes, fuera de diferencias prudenciales, siguen manteniendo en su fuero interno el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo, la entrega debida a España, la necesidad de mantener la organización tradicional de la sociedad y el gobierno real, pero limitado, del Rey. Es inmensa la responsabilidad que tendremos, ante Dios y ante nuestros descendientes, si no vencemos las trabas interiores que nos impiden emprender una acción unida y eficaz. Que por nosotros no quede.

31 marzo 2014

Mártires de la Tradición, Madrid 2014: segundo reportaje. El Pardo

Tras el primer reportaje sobre la conferencia Murieron por no ceder. Mártires de la Tradición asesinados por el terrorismo separatista, que tuvo lugar el viernes 7 de marzo en Madrid, publicamos a continuación la crónica de la agencia FARO sobre los actos del sábado 8 en El Pardo: El Duque de Aranjuez preside actos Mártires de la Tradición 2014.
Iglesia del Cristo del Pardo, PP. Capuchinos.
S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, arrodillado durante la Santa Misa.
Madrid, 10 marzo 2014, los Cuarenta Santos Mártires de Sebaste; fiesta de los Mártires de la Tradición. En la tarde del pasado viernes 7 de marzo llegó a Madrid S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón. Tras despachar con miembros de su Secretaría Política, a última hora del día recibió en audiencia a un nutrido grupo de miembros y simpatizantes de las Juventudes Tradicionalistas, con los que departió largamente.

En la mañana del sábado 8 el Abanderado del Carlismo acudió al Pardo, donde se celebraban los actos principales por los Mártires de la Tradición 2014. En la iglesia del Cristo del Pardo ofició la Santa Misa el canónigo doctor don Ángel David Martín Rubio. Después, tras el aperitivo, hubo una comida de hermandad en un restaurante de la misma población. La asistencia superó a la del año pasado, por lo que fue preciso disponer mesas adicionales.

Mesa real en la comida de hermandad.
S.A.R. el Duque de Aranjuez (derecha) con el Excmo. y Rvdo. Sr. D. José Ramón García Gallardo.
El Abanderado de la Tradición (derecha) con el Marqués de Jaureguizar, don Íñigo Pérez de Rada Cavanilles.
A los postres presentó a los oradores Antonio Capellán, delegado nacional de las Juventudes Tradicionalistas. Hicieron uso de la palabra Marcos Gambra, José de Armas, Francesco Maurizio Di Giovine y el Rvdo. P. José Ramón García Gallardo.
Presenta el acto Antonio Capellán de la Riva, delegado nacional de Juventudes Tradicionalistas.
Intervención de Marcos Gambra Mariné, presidente del Foro Universitario Francisco de Vitoria.
Habla don José de Armas Díaz, del Círculo Tradicionalista Roca y Ponsa.
Intervención del Rvdo. Sr. D. José Ramón García Gallardo, oficial de la Orden de la Legitimidad Proscrita.
Al final, el propio Don Sixto Enrique se dirigió a los presentes, con un lúcido análisis de la hora presente, culminado con palabras de esperanza.

El Abanderado también impuso la boina roja a algunos jóvenes carlistas.

El acto oficial terminó con el canto del Oriamendi y los vivas a Cristo Rey, a España y al Rey legítimo.
El Abanderado de la Tradición con las bravas margaritas vizcaínas María Mercedes Zabaleta Badiola y Pilar Badiola Aldarondo.

Un grupo de los jóvenes asistentes con S.A.R. el Duque de Aranjuez.
Otro grupo de los jóvenes asistentes con el Abanderado de la Tradición.
La sobremesa, en cambio, se alargó hasta última hora de la tarde, y terminó con una isa grancanaria cantada por José de Armas y una jota navarra y una canción marinera en vascuence de Ondárroa cantada por Pilar Badiola y Mª Mercedes Zabaleta. Antes, con Paquico de Armas a la guitarra, se habían cantado multitud de canciones carlistas, isas canarias y otras canciones vascas, navarras y catalanas, seguidas con entusiasmo por los asistentes y que hicieron las delicias de Don Sixto Enrique.

En la mañana del domingo 9, primero de Cuaresma, S.A.R. el Duque de Aranjuez oyó Misa en la Capilla Santiago Apóstol de Madrid. Más tarde abandonó la villa y ex-corte, a la espera del retorno definitivo, cuando restaurada la Monarquía pueda instalarse en el Palacio Real.

16 marzo 2014

Mártires de la Tradición, Madrid 2014: primer reportaje

Como anunciamos, los actos por los Mártires de la Tradición 2014 en Madrid se abrieron el viernes 7 de marzo con una conferencia titulada Murieron por no ceder. Mártires de la Tradición asesinados por el terrorismo separatista, a cargo de Víctor Ibáñez Mancebo, licenciado en Derecho y secretario del Círculo Carlista Marqués de Villores (Albacete).
Víctor Ibáñez, en un momento de su conferencia
Presentó al conferenciante el presidente del Círculo Cultural Antonio Molle Lazo, oriundo de San Sebastián. El conferenciante se refirió a los carlistas asesinados por ETA como «signo de contradicción», al ser su memoria negada e infamada como la de la mayoría de las víctimas, pero con el rasgo singularizador que la misma nunca será rehabilitada oficialmente, pues «murieron por no ceder» ni a la demagogia totalitaria del nacionalismo sabiniano ni a los enjuagues políticos del sistema demoliberal del postfranquismo.

No fueron víctimas pasivas, sino que se opusieron en la medida de sus humildes posibilidades al proceso en marcha. Sin embargo, por culpa de la traición del expríncipe Carlos Hugo, la Comunión Tradicionalista llegó con muy menguada capacidad reactiva a los años en los que el nacionalismo se hizo dueño de la sociedad y de las calles en la mayoría de Vascongadas y Navarra. Pese a ello el nacionalismo intenta por todos los medios exterminar al carlismo y a los carlistas, que en muchas ocasiones no realizaban más que un testimonio personal y aislado, debido a las citadas dificultades organizativas de la Comunión; lo que da idea de cómo el carlismo es la única verdadera oposición al nacionalismo. Se desgranaron decenas de hechos terribles, que dan idea de la inmoralidad tan profunda del nacionalismo en su criminal imposición ideológica.

Tomó la palabra para finalizar el Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista, don José Miguel Gambra, navarro y con lazos de familia con algunos de los Mártires de la Tradición asesinados por el terrorismo. Felicitó al conferenciante e incidió en el hecho de que los carlistas durante aquellos años aceptamos el martirio, pero no depusimos nunca la espada frente al proceso político en marcha. Varios carlistas vascongados, trasterrados en aquellos años de infamia, también estuvieron presentes en la conferencia, destacando nuestra querida y admirada correligionaria Pilar Badiola Aldarondo.

31 octubre 2013

Celebrada la Cena de Cristo Rey 2013

El sábado 26 de octubre, vigilia de la festividad de Cristo Rey, se ha celebrado en Madrid la tradicional cena que, en nombre de la Comunión Tradicionalista, organiza el Círculo Cultural Antonio Molle Lazo. Se dieron cita correligionarios y simpatizantes jóvenes y viejos; veteranos de la Causa y nombres ilustres junto con nuevos y entusiastas carlistas. Como es habitual hubo tres discursos a los postres. El profesor Juan Cayón presentó a los oradores.
Vista de una de las alas del comedor durante los discursos
Habló en primer lugar Víctor Ibáñez, secretario del Círculo Carlista Marqués de Villores. A partir de una cita del Obispo Tissier de Mallerais, «si no luchamos por el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo, tendremos el reinado social del demonio», comparó el orden social cristiano con el impuesto por el liberalismo en nuestra Patria, mediante esas guerras de agresión a la sociedad católica, y de autodefensa de ésta, que luego se llamaron guerras carlistas. Comparó a las actuales autoridades eclesiásticas, que cantan las alabanzas de esos principios, con los clérigos apóstatas que elevaron altares al emperador en los primeros tiempos del cristianismo hispano. Destacó cómo las celebraciones carlistas de la fiesta de Cristo Rey, desde aquella en San Sebastián que siguió al acto de la plaza de toros de Pamplona, con el que la Comunión Tradicionalista reaccionó a la quema de conventos de mayo de 1931, (en el acto de Pamplona el Carlismo declaró la guerra al régimen masónico; la Guardia Civil detuvo al Marqués de Villores, Jefe Delegado, y a toda la plana mayor de la Comunión, en medio de enormes disturbios antirrepublicanos por las calles de la ciudad. Los carlistas desde entonces se prepararon para combatir el laicismo con las armas en la mano, como hicieron los cristeros en la Nueva España, y ese fue el espíritu de la celebración de Cristo Rey en el Hotel Londres de San Sebastián) hasta las de las décadas de mil novecientos sesenta y setenta, a veces presididas por S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, tuvieron lugar sucesivamente bajo el signo del gozo, del temor y de la tristeza. A pesar de todo, concluyó, las de estos últimos años bien puede presidirlas la esperanza, una de las pasiones fundamentales del hombre a las que alude Santo Tomás de Aquino, y también virtud teologal. Esperanza en un resurgimiento de la Causa, por el que debe lucharse denodadamente.
Vista desde otra de las alas del comedor
A continuación tomó la palabra Juan Manuel Rozas, abogado del Ilustre Colegio de Madrid. Con fina ironía citó a Andrés Ollero, «un católico bastante oficial», quien defiende que el Estado debe mantener con la religión una relación parecida a la que tiene con el fútbol: puede protegerlo y fomentarlo, pero no tomar partido por ningún club. Contra esta laicidad «positiva» Rozas dijo que «los que estamos aquí esta noche (...) seguimos sabiendo que Nuestro Señor Jesucristo, hoy expulsado de los parlamentos y de los tribunales, debe reinar sobre las naciones; que las instituciones y las leyes de las naciones deben someterse a la sabiduría divina; que los pueblos y sus gobernantes deben rendir culto públicamente a Dios, con el único culto (el católico) que agrada a Dios». En la última parte de su discurso, refutó las objeciones que suelen aducirse contra la verdad católica de la realeza social de Nuestro Señor: que se trate de una doctrina obsoleta a los ojos de las mismas autoridades eclesiásticas, y que el ideal de la Cristiandad sea hoy irrealizable. Su respuesta fue el recuerdo del ejemplo de los combatientes mejicanos en la segunda Cristiada, quienes se negaron a aceptar los compromisos alcanzados por la jerarquía de la Iglesia y fueron capaces de explicar el objeto de su lucha con palabras como éstas: «Nomás queremos ser como brasas de rescoldo (...) Que aunque sea nosotros guardemos la lumbrita bajo las cenizas. Y nomás en la espera de que soplen buenos vientos y nos arrimen [hojarasca], para que de vuelta se prenda la cristiada en todo México». Con sus palabras finales, Juan Manuel Rozas animó a que «mantengamos en alto la bandera de Cristo Rey, la doctrina íntegra, las brasas de rescoldo bajo las cenizas, a la espera de que, cuando Dios quiera, si Dios lo quiere, como Dios quiera, soplen de nuevo buenos vientos».
El Jefe Delegado durante su discurso
El tercer y último discurso fue el de José Miguel Gambra, Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista. En su parte central destacó que parece que el pontificado actual va a renovar el hostigamiento contra la doctrina social de la Iglesia, la cual se condensa en la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo. Ante esta actitud, que contrasta con la relativa benevolencia del anterior hacia el tradicionalismo, el profesor Gambra sostuvo la licitud de la resistencia y de la crítica a palabras como las pronunciadas en Brasil a favor del laicismo y la aconfesionalidad del Estado. Contestó luego a las objeciones que suelen ponerse a quienes hacen tales criticas públicamente, señalando que deben formularse con prudencia y ciertas limitaciones, pero también destacando que «no hay autoridad absoluta alguna en este mundo, ni en la sociedad civil ni en la eclesiástica, a la que se deba un acatamiento ciego y con independencia del orden natural y sobrenatural querido por Dios». Lo cual vale también para los papas, pues, como enseña el Concilio Vaticano I, el Espíritu Santo les fue prometido sólo para custodiar con su asistencia «la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir el depósito de la fe». Contra quienes postulan un acatamiento irracional de cuanto hagan y digan las autoridades eclesiásticas, José Miguel Gambra defendió la licitud de hacer uso de la razón, que Dios nos dio para discernir el bien del mal, y de defender la doctrina social de la Iglesia como parte del depósito revelado de nuestra Fe. Finalizó animando a conservarla como el centro de la doctrina carlista, aun a pesar de las zozobras interiores que la oposición de los propios eclesiásticos pueda producirnos.

Terminó la velada con el canto entusiasta del Oriamendi y los vivas de rigor.

02 agosto 2013

Despedida del profesor Felipe Widow Lira

Intervención del Prof. Felipe Widow en la Cena de Cristo Rey 2010
Madrid, 29 julio 2013, Sta. Marta, virgen; S. Félix II, papa y mártir; Stos. Simplicio, Faustino y Beatriz, mártires. [FARO]. El profesor Felipe Widow, de la Universidad Católica de Chile, tras tres años y medio de estancia entre nosotros, y después de haber defendido brillantemente su tesis doctoral en filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, nos deja y vuelve para Chile. Con ese motivo la Comunión Tradicionalista, el Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II y el Círculo Cultural Antonio Molle Lazo, con los que ha colaborado generosa y estrechamente durante estos años, le han ofrecido una cena homenaje en el curso de la cual el padre José Ramón García Gallardo bendijo la boina roja que, a continuación, el Jefe Delegado, profesor José Miguel Gambra le ofreció en nombre de todos y le impuso. Entre los presentes se hallaban Miguel Ayuso y José Antonio Ullate, en representación del CEH Felipe II; Eugenio Barrera, José Díaz Nieva, Carlos Ayuso y María del Carmen Palomares, en la del Círculo Antonio Molle; así como Miguel y Marcos Gambra y Manuel Molinero en representación de las Juventudes Tradicionalistas.

El profesor Widow, su encantadora esposa Carolina y sus hijos José Antonio, Sofía, Carmela, Tomás, Gregorio y Teresita (esta última nacida durante la estancia peninsular), tras un período en Viña del Mar, en casa de su (respectivamente) padre, suegro y abuelo, el profesor Juan Antonio Widow, también querido amigo, principal discípulo del padre Osvaldo Lira y miembro ordinario del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, se van a instalar en la localidad de Buin.

27 junio 2013

Reportajes y crónicas de actos recientes

Algunos socios, correligionarios y amigos del Círculo Cultural Antonio Molle Lazo se preguntan por qué en nuestro cuaderno de bitácora ya casi nunca aparecen crónicas o reportajes de los actos que aquí anunciamos. La verdad es que suelen aparecer en la web principal de la Comunión Tradicionalista, en el cuaderno de bitácora del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, en las revistas Verbo y Fuego y Raya, o como despachos de la agencia FARO. Y nos hemos vuelto cómodos.

No obstante, y para mitigar esa apariencia de dejadez, ponemos a continuación enlaces a algunos de esos reportajes y crónicas, en orden cronológico inverso.




De los actos centrales por los Mártires de la Tradición 2013, celebrados en El Pardo y presididos por S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón:

16 abril 2011

Éxito del acto en la UCM en defensa de la libertad de la Iglesia


Más que lleno, a rebosar, el Auditorio 1 de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, el jueves 14 de abril, para la mesa redonda «¿Vuelve la persecución contra la Iglesia?», organizada por la asociación Foro Universitario Francisco de Vitoria, con la colaboración del Círculo Cultural Antonio Molle Lazo, a raíz de los recientes ataques contra las capillas de dicha Universidad.
La primera intervención fue de la profesora Consuelo Martínez-Sicluna, brillante y aguda, que arrancó los aplausos y las risas de los asistentes. Tras ella, el periodista José Javier Esparza, seguido del canónigo doctor Ángel David Martín Rubio, cuya intervención tomamos de su cuaderno de bitácora:
El tema que nos ocupa esta mañana (¿Vuelve la persecución contra la Iglesia?) puede centrarse a partir del ámbito conceptual más amplio y complejo de las relaciones Iglesia-Estado. En este terreno cabe reducir las muchas cuestiones que podrían plantearse a dos referencias fundamentales:
  • Si el Estado o poder público debe profesar la religión católica e inspirar en ella sus leyes y fines de acción o, por el contrario, debe adoptar una posición que oscila entre la neutralidad o la positiva hostilidad ante las materias religiosas.
  • Qué consideración jurídica debe recibir la Iglesia Católica y en que términos legales tiene que encauzarse el desarrollo de su actividad. Cuestión esta que, en buena medida depende de cómo se solucione la primera parte del problema aunque no deje por ello de ser conflictiva.
A la primera cuestión, la respuesta de la teología católica y de la práctica promovida por la Iglesia en las relaciones Iglesia-Estado sostiene que el Derecho y el Estado son sujeto capaz de una inspiración religiosa adecuada a su propia naturaleza. El Derecho positivo debe concretar un Derecho natural que se asienta en la suprema ley divina y el bien común que la autoridad civil reconoce como fin no es ajeno al destino sobrenatural del hombre sino que se debe ordenar a él.

Por el contrario, las ideologías dominantes en el mundo moderno parten de presupuestos muy distintos que pueden pasar por considerar a la religión como un asunto meramente privado o como algo que hay que eliminar para permitir el progreso del hombre.

Sentado este imprescindible marco teórico, podemos entender mejor lo específico de las persecuciones religiosas sufridas por la Iglesia en el ciclo del mundo contemporáneo que se inicia con la Revolución Francesa. Proceso que adquiere un carácter peculiar en el caso español que se deriva del protagonismo que la religión católica ha tenido en la creación, desarrollo, mantenimiento y crisis de nuestra identidad nacional.

Si es verdad que Europa fue en gran parte obra de la Iglesia y de la Religión Católica, en el caso de España tal obra fue determinante para su ser hasta el punto que desde que existe como entidad política diferenciada, se la encuentra vinculada a la tradición católica como parte constitutiva de su tradición política, plasmada en leyes, en instituciones, en formas de vida y de comportamiento. («La implantación de los Mandamientos de Cristo como ley para la vida social», en expresión de Elías de Tejada). De esta manera, España y los españoles se forjan y maduran en la lucha secular contra el Islam y el protestantismo; en la defensa y en la difusión de la fe católica.

Con la escisión filosófica de Occam, religiosa de Lutero y político-moral de Maquiavelo, Bodino y Hobbes; se produce en el resto de Europa la ruptura de la Cristiandad, culminada en la paz de Westfalia (1648). Mientras el mundo moderno se dispone a seguir el criterio de Locke y a configurar el orden socio-político a espaldas de la religión, España se mantenía en el camino que Europa había seguido hasta entonces y ahora abandonaba. Pero este panorama empieza a cambiar radicalmente a comienzos del siglo XIX.

Después de la guerra de la Independencia en la cual se combate por la religión, por la Patria y por el rey legítimo, el liberalismo naciente se impone en Cádiz y da origen una situación que hará del siglo XIX el siglo del laicismo al mismo tiempo que el siglo de una resistencia indomable de lo español ante la revolución que se pretendía imponer por la fuerza. Es el período que Menéndez Pelayo definió como de «dos siglos de incesante y sistemática labor para producir artificialmente la revolución aquí donde nunca podía ser orgánica»[1].

Durante este período hubo desamortizaciones, supresión de órdenes religiosas, exclaustraciones de frailes y monjas en despiadadas condiciones, destierros, prohibición de conferir órdenes o de publicar documentos, detenciones por simple motivo de «opinión», o asesinatos por el mismo «motivo», a veces asesinatos en masa, como los de religiosos en Madrid, Barcelona y otras ciudades en 1834 y 35...

Pero lo ocurrido se entiende mal, si junto al avance del proceso revolucionario silenciamos, como hace la manualística historiográfica al uso, la resistencia manifestada en la guerra contra la Convención de 1793, especialmente en Cataluña y Navarra, y también la de la Independencia a partir de 1808, por todo el territorio nacional. En estas dos guerras España combatió las ideas de la revolución francesa en sus dos fases la jacobina y la napoleónica, ambas radicalmente descristianizadoras. Igualmente ha de situarse en ese contexto la guerra realista durante el trienio liberal, una de las que presenta de modo más puro el móvil religioso como ha demostrado acertadamente Rafael Gambra[2]. En la misma estela se sitúan las guerras carlistas y la de 1936, aunque todos estos conflictos también se hicieran presentes otros significados[3].

Los amantes de la libertad hicieron sufrir mucho a la Iglesia pero, probablemente, el daño mayor se produjo cuando el secularismo, agresivo y triunfante desde los orígenes del liberalismo, consiguió alcanzar un modus vivendi con la Iglesia al lograr un reconocimiento de la Jerarquía a cambio del Concordato de 1851. Es verdad que este acuerdo permitió a la Iglesia restaurar en alguna medida su labor pastoral pero pagando el alto coste moral de la vinculación al Estado liberal y en un escenario de proliferación de sectas, libertad de propaganda para el más corrosivo laicismo y progresiva descristianización contra la que podía muy poco la buena voluntad de beneméritos eclesiásticos, muchos de ellos fundadores e impulsores de nuevas órdenes religiosas masculinas y femeninas. Una vez más se reprodujo la situación que denunciaba Ramón Nocedal:

«No, ni el mundo en general, ni España especialmente se pierden sólo por culpa del liberalismo; se pierden también, y muy principalmente, por culpa de los que abandonan la lucha, y entienden que cumpliendo sus obligaciones particulares ya pueden dejar que azoten a Cristo y crucifiquen a la Patria, y aún ayudar a los sayones, o al menos guardarles la ropa, por un pedazo de pan o por no reñir con nadie»[4].

Pese a todo, para el radicalismo liberal y el obrerismo revolucionario aquella situación era un clericalismo en el que la Iglesia debería sucumbir entre las ruinas del Estado y la sociedad. Por eso Vicente Palacio Atard habla de una doble cuna del laicismo en España: «la raíz intelectual, fruto del subjetivismo liberal y del positivismo científico, considera a la Iglesia enemiga del progreso; y la raíz popular, con una enorme fuerza pasional, descarga sus emociones en un enconado odio a la Iglesia»[5].

A lo largo de este tiempo, la Jerarquía española y aún la Santa Sede no eludieron su opinión sobre esta situación que denunciaron con claridad, haciendo notar también las causas internas de la crisis analizando los fallos del catolicismo español y sugiriendo posibles remedios. De estos aspectos, creo importante resaltar un aspecto que, por ser constante en años posteriores, ilustra y facilita la comprensión de posturas y hechos: la crítica al laicismo de Estado entendido como separación hostil y rechazo de la herencia espiritual y católica de España. Esta crítica estará presente en todos los pronunciamientos públicos de la Iglesia española, en las manifestaciones de la Santa Sede y en la línea de actuación de los comportamientos inspirados en el catolicismo.

2. Si este panorama describe de alguna manera lo ocurrido durante el siglo XIX y el primer tercio del XX; la situación se hará especialmente dramática cuando nuestra nación conoció a mediados de los años treinta un proceso revolucionario del que formaba parte inseparable una sangrienta. Del total de los casi siete mil (6.832) eclesiásticos asesinados –obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas- más de cinco mil lo fueron en los meses de julio a diciembre de 1936, a los que hay que añadir los miles de laicos, también sacrificados por razón de su fe.

No entro en el análisis de las manifestaciones de la persecución religiosa durante la Segunda República y la Guerra Civil por las limitaciones que nos impone el tiempo y porque las considero bien conocidas del auditorio. He preferido exponer por eso con más detalle las vicisitudes de nuestro en tantas cosas ignorado siglo XIX.

En todo caso, de toda esta trayectoria histórica podemos deducir las siguientes

Conclusiones:

1ª) El factor religioso, constituye uno de los elementos sustanciales de los enfrentamientos que se han producido en España durante los siglos XIX y XX. La íntima relación religión-sociedad no es algo impuesto artificialmente sino hondamente radicado en la entraña de cualquier comunidad el intento de provocar la ruptura, de desarraigar lo religioso será siempre un fenómeno conflictivo en todos los lugares donde la revolución moderna pretenda aplicar sus criterios y necesariamente desestabilizador y traumático en aquellas ocasiones en que logre alcanzar su objetivo. La historia española ha estado atravesada en los siglos XIX y XX por esta importante fuente de inestabilidad y desequilibrio.

2ª) En varios momentos históricos como la revolución liberal y la segunda República la situación de hecho de la Iglesia y los católicos fue de acoso y persecución abierta, situación que algunos sectores justificaban por considerarla necesaria para la renovación de España porque atribuían a la Iglesia ser una de las principales causas de los males de la sociedad española. En algunos partidos, casi era convicción obligada, debido a sus propios presupuestos ideológicos en los que la religión constituía un elemento alienante que había que destruir.

3ª) La experiencia demuestra que la respuesta al laicismo agresivo, nunca será eficaz desde la propuesta de una presunta autonomía de las realidades temporales, de la separación Iglesia-Estado, o de la presunta neutralidad de este último.

Los principios de la Doctrina Católica y el Reinado Social de Jesucristo son la única referencia capaz de asentar sobre bases sólidas la verdadera política que busca el bien común, mucho más allá de las visiones parciales propuestas por ideologías como el socialismo o el liberalismo.

La única alternativa posible a la persecución religiosa es la re-cristianización que pasa por el reconocimiento de lo que el pensamiento tradicional español llama ortodoxia pública, es decir, el establecimiento de un régimen político «que afirma un contenido de principios, verdades o valores de carácter superior e inmutable como base de su convivencia moral y de sus leyes»[6].

Se trataría así de poner en práctica el atractivo programa que se describe con estas palabras en la Sagrada Escritura:

«Levantemos a nuestro pueblo de la ruina y luchemos por nuestro pueblo y por el Lugar Santo» (1 Mac 3, 43).

_______________________
[1] Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid: BAC, 1967, p. 1038.
[2] Cfr. Rafael Gambra, La primera guerra civil de España (1821-1823), historia y meditación de una lucha olvidada, Buenos Aires: Ediciones Nueva Hispanidad, 2006.
[3] Miguel Ayuso, Las murallas de la ciudad, Buenos Aires: Ediciones Nueva Hispanidad, 2001, p. 117.
[4] Cit.por: Jaime de Carlos Gómez-Rodulfo, Antología de Ramón Nocedal y Romea, Madrid: Editorial Tradicionalista, 1952, p.27.
[5] Vicente Palacio Atard, Cinco historias de la República y de la Guerra, Madrid: Editora Nacional, Madrid, 1973, p. 41.
[6] Rafael Gambra, Tradición o Mimetismo, Madrid: IEP, 1976, p.94.

Cerró el turno de intervenciones el profesor José Miguel Gambra, Presidente del Círculo Cultural Antonio Molle Lazo y Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista. Reproducimos a continuación sus palabras:
Agradezco a FORO su invitación para hablar en esta ocasión, felicito a D. Javier Esparza y a D. Ángel David Martín Rubio, por su brillante intervención, y doy las gracias a la Dra. Martínez-Sicluna, que me ha introducido como miembro de esta Universidad. Sin embargo, aunque estoy unido a ella desde hace treinta y tantos años como profesor, prefiero no presentarme de esa manera, sino como presidente del Círculo de Estudios Tradicionalistas Antonio Molle Lazo. Y no me quiero presentar como profesor de esta casa, porque los actos sacrílegos en ella realizados enturbian tanto el prestigio de esta que fue venerable institución, que pertenecer a ella ya no es para mí un honor. La totalidad de los méritos acumulados, durante más de quinientos años, por los sabios que han pertenecido a la Complutense no basta para enjugar la afrenta cometida en Somosaguas contra Nuestro Señor.

Dirán ustedes, sin duda, que esta apreciación es en extremo injusta, pues la Universidad Complutense no puede responsabilizarse de los desmanes cometidos por sus alumnos. No es así. Para convencerse basta ver las reacciones oficiales de sus autoridades: los actos sólo fueron condenados de manera formularia, las autores no han sido expedientados y las asociaciones que los han perpetrado no han sido ilegalizadas. Al contrario, se les han concedido los locales del centro de Madrid para que desde allí irradien su anticatolicismo a toda la ciudad convocando la procesión atea proyectada para el Jueves Santo.

Esta respuesta de las autoridades da la impresión de una cierta anuencia a las profanaciones y, si miramos antes y alrededor de esos incalificables actos, esa impresión se reafirma.

La legislación democratizante de tiempos recientes permite formar asociaciones estudiantiles y concede una importante representación de alumnos en los órganos de gobierno. Al principio, en la época de decadencia del marxismo tras el desfondamiento de la Unión Soviética, las asociaciones eran más o menos inocuas y había escasísima participación del alumnado en muchos órganos rectores. En los últimos años, el neomarxismo, que toma las formas de antiglobalización, de feminismo, de sexualismo antinatural o de movimientos antisistema, ha aprovechado esas facilidades para constituir asociaciones que, a su vez, han copado buena parte de la representación estudiantil en los órganos universitarios, la mayoría de las veces con un apoyo ridículo por parte del alumnado. La masiva abstención de los alumnos en las elecciones a representantes ha sido descaradamente utilizada por esas asociaciones para ocupar toda la representación en los órganos de gobierno, con un apoyo que, a veces, no supera el 5% y puede ser del 2% de los alumnos.

El poder de esas asociaciones ha crecido hasta el punto de ejercer una verdadera tiranía en algunas facultades; tiranía que está en proporción directa a la presencia de autoridades académicas de similar ideología. En Políticas, cuyo decano ha defendido el sacrílego asalto a la capilla como «expresión de pluralidad de tendencias», el desorden ha llegado a ser tal, que, hace unos días se han suspendido actos ya concedidos, porque podían no gustar a las asociaciones y porque el decano se ha sentido incapaz de asegurar que se desarrollen con normalidad. Y, durante el mandato del rector Berzosa, se ha extendido a toda la universidad la anarquía que ha convertido políticas en un verdadero zoco impresentable.

Así, en muchas facultades, so pretexto de libertad de expresión, se han hecho común el insulto más descarado a la religión y a las cosas más sagradas, sin que las autoridades hayan querido poner coto a ello, sea por temor sea por convencimiento. Los mismos órganos del rectorado han desoído sistemáticamente las denuncias que algunos hemos presentado, durante todos estos años, contra la práctica de poner carteles insultantes para la Iglesia y la religión. En cambio, cualquier denuncia por parte del feminismo radical ha sido presurosamente atendida, por lo menos en lo que yo he podido conocer.

A nadie se le escapa que, a un nivel más alto del poder, la era Berzosa ha coincidido con la era Zapatero. La poderosa mente de estadista que posee Zapatero le ha llevado a proponerse como programa de gobierno demostrar que es tan rojo como su abuelito. Por eso ha roto con todos los pactos implícitos alrededor de la Constitución y se ha dedicado, con especial encono, no sólo a promulgar leyes contra la moral católica, como sus predecesores, sino a perseguir directamente a la Iglesia y a promocionar la cultura de la blasfemia. Cabe incluso conjeturar que el año de plazo que le queda antes de dejar el Gobierno lo dedique a completar ese programa, de manera que posiblemente la persecución arrecie en los próximos meses.

¡No! Los profanadores de Somosaguas y sus corifeos no son enfermos psiquiátricos, como han dicho algunos medios de comunicación. Los actos de las personajas que asaltaron la capilla no son sino la puesta en práctica de lo que les ha sido transmitido por el ambiente sostenido o tolerado muchas autoridades académicas y de lo que les ha transmitido la cultura subvencionada, y los medios de comunicación oficiales. Se trata de avanzadillas de jóvenes marxistas, similares a las que, so pretexto de libertad, se adueñaron de la Universidad al final del régimen anterior, y que ahora, so pretexto de que la Universidad sea pública, ya no defienden libertad alguna, sino que ejercen una auténtica dictadura popular que quiere expulsar de la universidad cuanto no coincida con sus presupuestos ideológicos, y especialmente a los católicos. Antes, por lo menos estaban rodeados del halo estético de quienes se oponen al poder, hoy no son más que serviles sicarios del poder político, que en los actuales sistemas bipartidistas –no nos engañemos– deja a las izquierdas el gobierno de las mentes con tal de que éstas dejen al centro el poder económico. Es de suponer que el nuevo rector vestirá de uniforme y gorra de plato a estos sicarios y que los veremos paseándose por la Universidad y vigilando las actividades contrarias a los ucases rectorales.

Los actos de Somosaguas se ha dicho que son teatrales, simbólicos y sin violencia. Pero tales actos, más o menos intelectualoides, son síntoma de lo que se avecina. En los Madriles del Trienio Liberal, los cafés y ateneos estaban poblados de jovenzanos exaltados que adoptaban actitudes declamatorias entre bufas y blasfemas, con aplauso de las sociedades secretas que, de hecho, gobernaban el país. Pocos años después, en 1834, cuando ese ambiente penetró más allá de las élites intelectuales, la bufonada sacrílega se convirtió en matanza y despedazamiento de frailes, y en profanación y destrucción de iglesias, ante los cuales Martínez de la Rosa –un centrista de entonces– se lavó las manos y se limitó a lamentar lo ocurrido.

Los eclesiásticos, ante hechos de esta clase, empiezan, no sin razón, a poner sus barbas en remojo y echan de menos unas potentes ayudas que no les llegan de parte alguna. Sólo algunas instituciones de escasos medios y algunas personas aisladas les han prestado apoyo en esta tesitura, que probablemente se extenderá como un reguero de pólvora.

Su debilidad se ha visto propiciada por unos errores que vienen de lejos. Las autoridades eclesiásticas apostaron decididamente por la democracia en la Transición y usaron de una autoridad, que no tenían, para exigir de los fieles que no formaran partidos ni grupos políticos católicos y que se conformaran con inspirar desde dentro los partidos laicos existentes. Y eso no fue sólo una tendencia de los eclesiásticos españoles, sino que venía de más arriba. Baste pensar que la legislación eclesiástica ha incluido la obligación a priori de pedir permiso a los ordinarios, o la autoridad eclesiástica competente, para que cualquier asociación pueda hacer uso del nombre de católicos. Y como ese permiso, de facto, no se concede sino a los demócrata-cristianos, el resultado es que hoy no hay partido fuerte alguno que defienda a la Iglesia, y los eclesiásticos andan tan desamparados en la selva política como niños perdidos en un bosque.

Agradecidos por la ayuda de los eclesiásticos, los partidos políticos de uno y otro signo, durante bastantes años, no acosaron para nada a la Iglesia. Las izquierdas, incluidas las más extremas, en parte por la propia decadencia mundial de esa ideología y, en parte, por lo asombrados que debían de estar ante la actitud de los jerarcas eclesiásticos, convivieron en relativa paz con ellos. Pero, desde Zapatero, el ensalmo se ha roto y, desparecida la tácita connivencia entre los eclesiásticos y el estado constitucional, el peligro anticristiano que este conlleva en esencia, ha aparecido con toda su crueldad.

Ante semejante situación cualquiera se preguntará ¿por qué no cambia de estrategia la Iglesia? Lo que pasa es que no se trata de una estrategia momentánea, sino de la aplicación de la absurda teoría del estado laico-cristiano, que es una opinión utópica, irrealizada e irrealizable, ajena a la tradición católica, que afecta a asuntos políticos en los cuales la jerarquía eclesiástica no tiene especial autoridad.

En la literatura generada por los acontecimientos de Somosaguas, se ha llamado repetidamente cobardes a sus autores, porque no se atreven a hacer con las mezquitas musulmanas lo mismo que con los templos católicos. Implícitamente se supone que los católicos no se van a defender. Verdad es que la religión católica dista mucho de la crueldad mahometana, lo cual no quita que el catolicismo español siempre haya sabido defender su religión, ya desde tiempos de la invasión musulmana hasta épocas más recientes. De hecho, la persecución a la Iglesia ha sido el principal acicate de muchas de las contiendas de los últimos siglos, desde la Guerra de la Convención a la Guerra del 36, pasando por las de la independencia y las guerras carlistas.

Siguiendo el ejemplo de sus mayores, el catolicismo español, por amor a Dios y a la Iglesia, tiene que recuperar la influencia política que por su número le corresponde. Y, por paradójico que parezca, tiene que empezar por abandonar el clericalismo que le tiene paralizado. Es de toda evidencia que no bastan denuncias, recogidas de firmas y manifestaciones. Es de vital urgencia que los católicos hallen la vía de asociarse, con o sin el beneplácito de las autoridades eclesiásticas, porque la función de éstas no es organizar la sociedad civil, sino transmitir la doctrina social, en consonancia con la tradición, señalar el error e intervenir en lo que afecte a asuntos espirituales.

Hay que adherirse a las organizaciones y partidos que defienden la integridad de la tradicional doctrina social de la Iglesia, con el fin de evitar en nuestro país la barbarie anticatólica que empieza a aflorar, y cuyas imprevisibles consecuencias pueden ser de la mayor gravedad. La incapacidad de los eclesiásticos no nos exonera de la obligación de defender a Dios. Hay que romper con el voto cautivo de los católicos y restar apoyo a los partidos que se reparten el poder. Dentro de la legalidad humana vigente, ése es el único camino efectivo.

Pero, si la ley humana falla y esto sigue así, los católicos deberemos hacer cuanto permita la ley de Dios en defensa de Nuestro Señor y de la Iglesia, empezando por acudir a la procesión blasfema de Jueves Santo, por ponerse delante y, luego, pues ¡a ver qué pasa! Lo exige nuestra fe, lo exige nuestro amor a España y lo exige el honor mismo que merece Dios.