La Comunión Tradicionalista no se ocupa
demasiado de eso que algunos llaman C.T.C. Suele mirar sus manejos con
la condescendencia o, incluso, con la ternura del militar que ve a unos
niños jugando, torpemente, a la guerra. Pero cuando se hacen talluditos y
empiezan a presumir de tener armas y dárselas de soldados, la cosa ya
no le hace tanta gracia. Sobre todo por el mal nombre que pueden dar al
Ejército.
Al grupo que, acogiéndose a la legalidad
vigente (de manera muy imperfecta, como veremos) se denomina a sí mismo
C.T.C., le ha dado ahora por hacer declaraciones institucionales en
nombre del Carlismo; y eso ya carece de todo encanto. Su reciente
«Declaración ante la cuestión dinástica» adopta
un tono pontifical que presupone no se sabe qué autoridad para
determinar la legitimidad en la sucesión de la Monarquía española. Como
ya
ha quedado dicho en estas páginas,
ese grupo es muy clericalista. Tanto que, a la hora de remedar una
declaración, lo que le sale es una confesión, aunque sea una confesión
inválida por maquillar los pecados y por faltarle propósito de la
enmienda. Confesión sobre sus yerros pasados y confesión sobre sus
orígenes.
Hace unos años las cabezas pensantes de ese grupo dieron en declarar que
ponían sus grandes esperanzas en Carlos Javier [de Borbón Parma] como
sucesor legítimo a la corona. Ni siquiera se les pasó por las mientes
que, desde el punto de vista de la legitimidad dinástica, esa sucesión
era imposible sin que se la trasmitiera quien había sostenido sus
derechos, actuando como regente, desde la muerte en 1977 de su abuelo
Don Javier: su tío Don Sixto Enrique de Borbón. Porque
Carlos Hugo,
el padre de Carlos Javier, nunca fue rey ni regente, sino sólo
príncipe, dado que perdió la legitimidad de ejercicio mucho antes de que
muriera su padre, el Rey Don Javier. Esa transmisión no se ha
producido, no porque Don Sixto Enrique haya evitado hacerla con las
debidas condiciones, sino porque Carlos Javier (quien, según sus propias
palabras, se ve a sí mismo como un «líder» y no como un rey) y su
hermano Jaime no han querido responder a los
requerimientos de su tío.
Ahora la «Junta de Gobierno» de esa falsa C.T.C. (en adelante F.C.T.C.)
viene a confesar su insensato error, pero lo maquilla, achacando a
Carlos Javier sólo la falta de legitimidad de ejercicio
«por sus palabras», lo cual no es sino una verdad muy parcial.
Ciertamente sus palabras lo condenan. En sus más recientes declaraciones (
La Vanguardia, Barcelona, 11 de octubre de 2016), Carlos Javier alaba la
«transición democrática» y a Juan Carlos y reconoce explícitamente a
«Felipe VI» (
«No planteo pleito»,
«No quiero intervenir en la política española» dice).
No son dislates nuevos, sino los mismos que él y sus hermanos, como
antes su difunto padre, llevan años repitiendo. Y ante los que cualquier
carlista se da cuenta de que estos señores nada tienen ya que ver con
la Causa.
Pero la estrafalaria «Declaración» de la F.C.T.C. (hecha pública, para mayor escarnio, en la fiesta de San Carlos Borromeo, Día de la Dinastía legítima; o «En el “día de la dinastía carlista”»,
como escriben los tronovacantistas, entrecomillándolo) quiere también, o
quiere especialmente, golpear al Abanderado de la Tradición, al que
tras la referencia a las «palabras» del sobrino, dedica una enigmática afirmación: «conocidos los actos del segundo [Don Sixto Enrique de Borbón], no podemos hacer un reconocimiento de tales derechos».
No necesitan «tales derechos» el «reconocimiento» de la «Junta de Gobierno» de
la F.C.T.C. (aunque con su proverbial mala redacción, los estén
reconociendo). Sí llama la atención, aparte de la maliciosamente
inconcreta insinuación (que por sí sola deshonra a los redactores de la «Declaración») contra Don Sixto Enrique, que a Carlos Javier se le achaquen sólo «palabras» equivocadas,
tardíamente oídas. Hechos, por citar sólo alguno reciente, como haber
designado a un calvinista padrino de bautismo de su hijo Carlos Enrique,
que evidencia el desprecio de Carlos Javier por la Fe católica; o el
haber contraído matrimonio desigual, lo cual priva definitivamente de
derechos sucesorios a su descendencia, no merecen la pontifical
consideración de la F.C.T.C.
La F.C.T.C. dice haberse reconstituido
en 1986. Nueva confesión. Porque el carlismo auténtico nunca se
constituyó a sí mismo a espaldas del rey legítimo. Verdad es que en
ciertas ocasiones se dieron agrupaciones de tradicionalistas sin el rey y
que durante la época franquista se constituyó a sí misma la llamada
«Regencia Nacional y Carlista de Estella (RENACE)». Sin representación
alguna, se arrogó las funciones de la monarquía y dejó de lado al Rey
que años antes tanto habían apremiado ellos mismos para que aceptara la
corona: S.M.C. Don Javier I. En 1986-1987 se acordó la «unidad
operativa» (así se llamó entonces) de diversos grupos e individuos que
se tenían por carlistas, en un experimento (permitido por el propio Don
Sixto Enrique de Borbón) que se acogió a las siglas y el registro legal
que ya tenía la Comunión Tradicionalista (registro legal efectuado en
1977 por orden del mismo Don Sixto Enrique, y que es el que utiliza, con
desfachatez considerable, la actual F.C.T.C.).
Esta
«Declaración» del pasado 4
de noviembre, en cambio, apunta a que la supuesta reconstitución de
1986 no fue sino un intento, hecho por seguidores de aquella sedicente
Regencia, para hacerse con el dominio de la verdadera Comunión. La
propia «Junta de Gobierno» lo confiesa en su escrito, cuando da por
terminada la
«Dinastía que nos capitaneó» en el año 1936, fecha
de la muerte del Rey Don Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este. Lo
cual evidentemente implica que no reconocen como rey ni transmisor de la
corona a Don Javier I, y en cambio sí a la llamada Regencia de Estella.
Aunque no se sepa bien cómo salvan el hiato entre la desaparición de
RENACE (y de sus seguidores honorables, que también los había) y la
coronación de la «Junta de Gobierno». La coyunda imposible de 1986 ha
terminado dando a luz al engendro hipócrita de la F.C.T.C. que, sin
declararse Regencia, está empeñada en mantener vacante el trono.
De ahí su escrito, no menos hipócrita, donde, por un lado, se dicen «posiblemente» defensores de «la monarquía tradicional y el legitimismo» y claman por un rey y, por otro, descartan como legítimo sucesor al Duque de Aranjuez «por sus hechos». ¿Qué «hechos»?
En otras ocasiones decían más llanamente que Don Sixto Enrique no les
gustaba y punto. Y eso sin sonrojarse, porque al creer que tienen las
funciones de la realeza, ¿por qué no van a decir «quod principi placuit
legis habet vigorem» (lo que complace al príncipe tiene vigor de ley)? Y
es que la F.C.T.C. se tiene creído que, aun habiendo sucesor conforme a
las leyes de la legitimidad, éste ha de pedir su plácet para ser
proclamado. Procure el lector no ahogarse de risa.
Madrid, noviembre de 2016.
Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón
Comunión Tradicionalista
Apartado de Correos 50.571
E-28080 Madrid