Con gran brillantez y notable incremento de asistencia respecto de años pasados han celebrado una vez más los carlistas madrileños la festividad de Cristo Rey con la tradicional cena de hermandad, adelantada este año una semana, al sábado 23 de octubre, por causa del puente. El restaurante Paolo, de elegante ambiente taurino, completó su aforo. A los postres aún vinieron nuevos amigos y correligionarios que no pudieron reservar a tiempo, para escuchar los discursos. En la entrada se colocó un puesto de propaganda en el que se podían adquirir libros, revistas, banderas, boinas y diverso material, que estuvo muy concurrido.
Bendijo la mesa el Padre Anselmo Ettelt FSSPX. A los postres, presentó a los oradores el profesor Juan Cayón, quien aprovechó para animar a todos los presentes a colaborar en el nuevo curso político con las actividades de la Comunión Tradicionalista. Intervino en primer lugar Víctor Ibáñez, antiguo delegado nacional de las Juventudes Tradicionalistas, quien trazó la historia de la cena de Cristo Rey, desde la primera en San Sebastián en 1931 (en la cual estaban presentes los ascendentes de dos carlistas guipuzcoanos que una vez más nos acompañaban en la cena de este año), las de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo XX –organizadas por dos generaciones distintas de carlistas, ambas también presentes una vez más en la cena de este año–, hasta las que se vienen celebrando ininterrumpidamente desde su reanudación el año 2004. Pese a que el balance de las mismas es razonablemente positivo, aprovechó para animar a todos los a redoblar la exigencia militante y la consagración a la lucha por la Unidad Católica de España, recordando que en el Devocionario del Requeté tenemos un gran instrumento para esta tarea. Todo ello con la serenidad que debe acompañar a todo discernimiento católico, pues Dios es Rey y Señor de la Historia y está sólo en Su Voluntad el conceder o denegar las victorias y triunfos.
A continuación intervino Felipe Widow Lira, profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez en Chile, consagrado continuador de una importante saga de filósofos chilenos. Empezó su intervención apelando al mendaz bicentenario de las llamadas «emancipaciones» y presentándose como «un español que no pudo serlo» para trazar una intervención de profunda enjundia y hondura teológica y escatológica sobre el significado de la festividad de Cristo Rey en relación con la Parusía, siempre a través de la doctrina pontificia, evitando otras fuentes más que discutibles. Con prudencia fue desgranando los signos más palpables de la apostasía de los pueblos que podrían abonar el anunciado próximo triunfo de Nuestro Señor, confiando en que tanto el Carlismo como la Hispanidad sean instrumentos útiles para este triunfo.
Cerró las intervenciones el profesor José Miguel Gambra, jefe de la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto de Borbón. Con su magisterial e inconfundible estilo desarrolló las respuestas del Carlismo ante los retos políticos presentes: cómo en el Dios, Patria, Fueros, Rey se contienen las soluciones, que ya se avizoran en la filosofía aristotélica, para el correcto desarrollo de la comunidad política. Poseemos en nuestra multisecular doctrina la causa eficiente para el bien de las Españas, pero carecemos de los medios suficientes para ponerla en marcha. Por lo que hizo un llamamiento, en nombre de la autoridad que posee, para la colaboración en el fortalecimiento de la Comunión Tradicionalista.
Un vibrante Oriamendi, con los vivas de rigor, puso fin al acto político.
Entre los asistentes destacaba la presencia mayoritaria de miembros de las Juventudes Tradicionalistas y de la AET, capitaneados por Antonio Capellán y Guillermo Pérez Galicia, junto con Javier Martínez-Aedo, Nicolás Martín Bayliss, Miguel Gambra, Ignacio de Hoces, Gaël Le Morvan, Raúl Bolívar desde Granada, etc. Estaban los veteranos Manuel de Santa Cruz y Cruz Baleztena; así como el ex diputado peruano, Fernán Altuve-Febres, organizador de la reciente visita de Don Sixto Enrique al Perú; Miguel Ayuso; José Antonio Gallego; José Antonio Ullate; José Díaz Nieva; Luis Mª Latasa; María del Carmen Palomares; Eduardo González Pintado; Javier Vildósola; Mª Victoria Galicia; Luisa Polo, de Mallorca; Víctor Iribarren; Estanislao García; Francisco González-Calvo, de Albacete; Juan Manuel Rozas; Soledad Pérez de Sevilla; y, en fin, un esforzado grupo de tradicionalistas que no arrían las banderas de Cristo Rey.
Bendijo la mesa el Padre Anselmo Ettelt FSSPX. A los postres, presentó a los oradores el profesor Juan Cayón, quien aprovechó para animar a todos los presentes a colaborar en el nuevo curso político con las actividades de la Comunión Tradicionalista. Intervino en primer lugar Víctor Ibáñez, antiguo delegado nacional de las Juventudes Tradicionalistas, quien trazó la historia de la cena de Cristo Rey, desde la primera en San Sebastián en 1931 (en la cual estaban presentes los ascendentes de dos carlistas guipuzcoanos que una vez más nos acompañaban en la cena de este año), las de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo XX –organizadas por dos generaciones distintas de carlistas, ambas también presentes una vez más en la cena de este año–, hasta las que se vienen celebrando ininterrumpidamente desde su reanudación el año 2004. Pese a que el balance de las mismas es razonablemente positivo, aprovechó para animar a todos los a redoblar la exigencia militante y la consagración a la lucha por la Unidad Católica de España, recordando que en el Devocionario del Requeté tenemos un gran instrumento para esta tarea. Todo ello con la serenidad que debe acompañar a todo discernimiento católico, pues Dios es Rey y Señor de la Historia y está sólo en Su Voluntad el conceder o denegar las victorias y triunfos.
A continuación intervino Felipe Widow Lira, profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez en Chile, consagrado continuador de una importante saga de filósofos chilenos. Empezó su intervención apelando al mendaz bicentenario de las llamadas «emancipaciones» y presentándose como «un español que no pudo serlo» para trazar una intervención de profunda enjundia y hondura teológica y escatológica sobre el significado de la festividad de Cristo Rey en relación con la Parusía, siempre a través de la doctrina pontificia, evitando otras fuentes más que discutibles. Con prudencia fue desgranando los signos más palpables de la apostasía de los pueblos que podrían abonar el anunciado próximo triunfo de Nuestro Señor, confiando en que tanto el Carlismo como la Hispanidad sean instrumentos útiles para este triunfo.
Cerró las intervenciones el profesor José Miguel Gambra, jefe de la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto de Borbón. Con su magisterial e inconfundible estilo desarrolló las respuestas del Carlismo ante los retos políticos presentes: cómo en el Dios, Patria, Fueros, Rey se contienen las soluciones, que ya se avizoran en la filosofía aristotélica, para el correcto desarrollo de la comunidad política. Poseemos en nuestra multisecular doctrina la causa eficiente para el bien de las Españas, pero carecemos de los medios suficientes para ponerla en marcha. Por lo que hizo un llamamiento, en nombre de la autoridad que posee, para la colaboración en el fortalecimiento de la Comunión Tradicionalista.
Un vibrante Oriamendi, con los vivas de rigor, puso fin al acto político.
Entre los asistentes destacaba la presencia mayoritaria de miembros de las Juventudes Tradicionalistas y de la AET, capitaneados por Antonio Capellán y Guillermo Pérez Galicia, junto con Javier Martínez-Aedo, Nicolás Martín Bayliss, Miguel Gambra, Ignacio de Hoces, Gaël Le Morvan, Raúl Bolívar desde Granada, etc. Estaban los veteranos Manuel de Santa Cruz y Cruz Baleztena; así como el ex diputado peruano, Fernán Altuve-Febres, organizador de la reciente visita de Don Sixto Enrique al Perú; Miguel Ayuso; José Antonio Gallego; José Antonio Ullate; José Díaz Nieva; Luis Mª Latasa; María del Carmen Palomares; Eduardo González Pintado; Javier Vildósola; Mª Victoria Galicia; Luisa Polo, de Mallorca; Víctor Iribarren; Estanislao García; Francisco González-Calvo, de Albacete; Juan Manuel Rozas; Soledad Pérez de Sevilla; y, en fin, un esforzado grupo de tradicionalistas que no arrían las banderas de Cristo Rey.